Nel mezzo del cammin di nostra (bueno, ya sé que a estas alturas —año 44 de mi vida— este comienzo peca de notorio optimismo, pero también es cierto que nadie negará su calidad estética, comprobada a lo largo de casi siete siglos, y como, encima, corren vientos culturalistas y céfiros sutiles de intertextualidad, miel sobre hojuelas); como estaba diciendo, a estas alturas en que ya tengo claro, irreversiblemente, lo que nunca seré, o, con otras palabras, habiendo descubierto que Dios no me introdujo en Su Creación para ser el primero de la clase, ni el hijo que mis padres soñaron, ni el hermano modelo; con certeza absoluta de que el papel (ahora un ligero toque calderoniano) que me fue asignado en este Gran Teatro por su Divino Autor no era el de campeón olímpico de nada, ni el de buen alpinista —y mira que lo siento—, ni el de príncipe azul de la que es mi mujer (ni, por lo visto, de ninguna otra), ni el de papá perfecto; ya sabido definitivamente que tampoco nací para ser un maestro de la Filología, ni siquiera —según consta en cierto expediente más o menos gallego (aunque no de Galicia, y yo me entiendo)— un mero catedrático de una Universidad pobre, torpe, mezquina y, por si fuera poco, además española, y que a la Poesía —libros cantan (es un decir, porque cantar, lo que se dice cantar, poquita cosa)— le soy perfectamente prescindible; y no teniendo grandes (ni siquiera medianas) perspectivas en el corto horizonte que me espera (porque mucho me temo que la nieve de Wyoming se quede como estaba y que a los yanomanis tenga que seguir viéndolos silenciados, inmóviles y planos en National Geographic, y en cuanto al jazz, es superimposible que llegue a parecerme —ni a cincuenta kilómetros de distancia— a Louis Armstrong, Duke Ellington o el Pájaro, sin olvidar el conocido hecho de que a todas mis buenas intenciones les sale siempre al paso miguel d’ors y lo echa a perder todo), no le encuentro a mi vida otro motivo (la causa, en escolástico, finalis), otra razón de ser, otro sentido que cumplir el designio que Dios trazó desde antes del comienzo del tiempo —Él sabrá Sus porqués— de soltar por el mundo a un tontolaba químicamente puro. Designio inescrutable y sagrado, que acepto, alabo y agradezco. Y que, modestia aparte pero franqueza no, no voy siguiendo del todo mal: cuando la muerte venga —ahora Jorge Manrique— a llamar a mi puerta, por lo menos podré decir: «Misión cumplida: fui el fracaso perfecto.»
lunes, 7 de enero de 2013
Quod erat demostrandum, Miguel D'Ors
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