Todos los reyes, todos sus privados,
famas, ingenios, glorias, hermosuras,
y el sol que marca el paso mientras pasan,
son un año más viejos que hace un año
cuando nos vimos por la vez primera.
Todas las cosas van hacia su muerte
y sólo nuestro amor no se doblega.
No tuvo ayer y no tendrá mañana;
inmóvil, gira; corre y no se mueve;
ni acaba ni principia, fijo día.
La muerte es muerte porque nos separa:
dos tumbas nos esperan. Ay, nosotros
—uno del otro rey y de sí mismo—
como los otros reyes estos ojos
tenemos que dejar y estos oídos:
con ellos nos oímos y nos vimos.
Pero las almas que el amor inspira
—son huéspedes de paso otros desvelos—
han de probar, por la altura inspiradas,
que las tumbas del cuerpo rompe el alma.
Allá seremos bienaventurados,
allá seremos —aunque no seamos:
aquí, sobre la tierra, mientras somos,
de nosotros los reyes y los súbditos
somos. ¿Hay reino más seguro? Nadie,
si no es nosotros, puede conquistarlo.
detén tu llanto, falso o verdadero:
amémonos, vivamos y sumemos
año tras año al año de los años.
Dicho en el año dos de nuestro reino.
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