lunes, 28 de enero de 2013

Luis Cernuda

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

1964, Jorge Luis Borges

I

Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.

II

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

Capitulo 7 de Rayuela, Julio Cortázar

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

     Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

domingo, 27 de enero de 2013

Deseada, Luis Alberto de Cuenca



Era su turno. Cuidadosamente
dobló la gabardina sobre el brazo.
Se echó el pelo hacia atrás, y su mirada
se cruzó con la mía. Con los ojos
le devolví la calma. Se marchaba,
pero regresaría, y todo aquello
terminaría bien. Cerró la puerta.
Yo me quedé sentado, acariciando,
tembloroso, su ropa interior verde.

martes, 22 de enero de 2013

Alabanza de Alda (Antonio Beccadelli), Víctor Botas



Venus y las tres Gracias
eligieron los ojos
de Alda por morada,
y Cupido en persona
ríe en sus labios.
                              Alda
no mea o, si mea, meará
perfumes.
                    Alda
no caga o, si caga, cagará
violetas.

lunes, 21 de enero de 2013

Esperando a los bárbaros, Kavafis


-¿Qué esperamos reunidos en el ágora?
Es que los bárbaros van a llegar hoy.
-¿Por qué en el Senado tal inactividad?
¿Por qué los Senadores están sin legislar?
Porque los bárbaros llegarán hoy.
¿Qué leyes van a hacer ya los Senadores?
Los bárbaros cuando lleguen legislarán.
– ¿Por qué nuestro emperador se levantó tan de mañana, y está
sentado en la puerta mayor de la ciudad sobre el trono, solemne,
portando la corona?
Porque los bárbaros llegarán hoy.
Y el emperador espera recibir
a su jefe. Y más aún ha preparado
un pergamino para dárselo. Allí
le escribió muchos títulos y nombres.
-¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores salieron
hoy con sus togas púrpuras, bordadas;
por qué se pusieron brazaletes con tantas amatistas,
y anillos con magnificas, brillantes esmeraldas;
por qué toman hoy día valiosísimos bastones
en plata y oro espléndidamente labrados?
Porque los bárbaros llegarán hoy
y tales cosas deslumbran a los bárbaros.
-¿Por qué tampoco los valiosos oradores acuden como siempre
a pronunciar sus discursos, a decir sus cosas?
Porque los bárbaros llegarán hoy,
y los aburren las elocuencias y las arengas.
-¿Por qué comenzó de improviso esta inquietud
y confusión? (Los rostros qué serios que se han puesto.)
¿Por qué rápidamente se vacían las calles y las plazas
y todos regresan a sus casas pensativos?
Porque anocheció y los bárbaros no llegaron.
Y unos vinieron desde las fronteras
y dijeron que bárbaros ya no existen.
Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros.
Esos hombres eran una cierta solución

domingo, 20 de enero de 2013

A Pancho, mi muñeco, José Ángel Valente



Perdona, viejo Pancho, el no ser por mi culpa
más que esto que eres,
el muñeco de un hombre.

Jamás podrás decir cómo te he obligado
a hacerme compañía:
sea nuestro secreto.

Yo te he liberado de una muerte temprana
(perdóname de nuevo)
entre la ingenua flor de la juguetería.
Te he librado por pena,
acaso por terror,
acaso por creer
(comprendo que no es cierto)
que me pertenecías.

Viejo Pancho de trapo,
de dulce trapo verde,
escribo este poema
copiándote de cerca,
del natural. ¡A ti!
A ti: quién lo diría.
Qué pocos lo dirían
que no te conociesen.

Y esto eres ahora,
el muñeco de un hombre.
Ya sé yo que aquel día
jamás te hubiese visto
a no ser por tus labios,
por tus inmensos labios
y tu enorme nariz
y tus zapatos, Pancho.

Porque tú, Pancho mío, no estabas esperándome.

Esperabas los ojos asombrados de un niño,
el paquete cerrado con lazos cuidadosos,
el grito de alegría.

¿Pero acaso -contesta-
no me has hecho mirarte
con los ojos remotos de otro niño olvidado?

Tú callas.
Sí, no ignoro
que no puedo engañarte.
Aquel niño no existe.
Acompañas a un hombre
que te obliga a durar
entre papel y días
y libros y sus sueños.

Qué historia, viejo Pancho,
durar a duras penas
de un lunes a otro lunes,
de un otoño a otro otoño,
mudar la risa en llanto,
el llanto en vida nueva,
los días en más días.
Te digo que estoy vivo,
en suma. Ya me entiendes.

Tú tienes tu casaca
con un remiendo sólo,
tu cuello almidonado
con su lazo impasible,
el gorro siempre puesto
(no te descubras nunca)
la negra piel de trapo
y los brazos abiertos
casi crucificados.

Porque también a ti
te hicieron (¡tan grotesco!)
hermoso Pancho mío, a nuestra imagen.

Soy un guardador de rebaños, Alberto Caeiro (es decir, Fernando Pessoa)


Soy un guardador de rebaños.
El rebaño es mis pensamientos
y todos mis pensamientos son sensaciones.

Pienso con los ojos y con los oídos
y con las manos y los pies
y con la nariz y la boca.
Pensar una flor es verla y olerla
y comerse una fruta es conocer su sentido.

Por eso cuando, en un día de calor,
me siento triste de disfrutarlo tanto,
y me acuesto estirado en la hierba,
y cierro los ojos calientes,
siento a todo mi cuerpo acostado en la realidad,
sé de verdad y soy feliz.

martes, 15 de enero de 2013

José Luis García Martín


El deseo violento pronto cansa.
Despacio se va lejos, amor mío.
A que me ames mucho poco tiempo,
prefiero que me quieras sólo un poco,
pero nunca te canses de quererme.

Amor 77, Julio Cortázar



Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

Definición de "capicúa" en la wikipedia



La palabra capicúa (en matemática, número palindrómico) se refiere a cualquier número que se lee igual de izquierda a derecha y de derecha a izquierda (Ejemplos: 212, 7.540.550.457). El término se origina en la expresión catalana cap i cua (cabeza y cola).

[editar] Definición matemática
Un número palindrómico es un número simétrico escrito en cualquier base a tal que a1a2a3 ...... a3a2a1.
Todos los números de base 10 con un dígito {0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9} son palindrómicos.
Existen nueve números palindrómicos de dos dígitos:
{11, 22, 33, 44, 55, 66, 77, 88, 99}.
Noventa de tres dígitos:
{101, 111, 121, ..., 181, 191, 202, 212, ..., 292, 303, 313, ..., 898, 909, 919, 929, ..., 979, 989, 999}
Y también noventa con cuatro dígitos:
{1001, 1111, 1221, 1331, 1441, 1551, 1661, 1771, 1881, 1991, ..., 9009, 9119, 9229, 9339, 9449, 9559, 9669, 9779, 9889, 9999},



Boletos Capicúas
En Argentina el término capicúa está estrechamente relacionado con los boletos de colectivo. Hasta mediados de los 90 éstos se imprimían en series de 100.000 boletos, numerados del 00000 al 99999. Esto generaba 1000 capicúas por serie, cuya relativa rareza (1 capicúa cada 100 boletos) les daba un valor especial.
El coleccionismo de boletos fue muy popular, y sus aficionados crearon nuevas subcategorías de capicúas. Las principales son:
Reversibles: Son aquellos capicúas que al mirarse al revés (cabeza abajo) forman un número válido (P.ej. el 80608, que dado vuelta forma el 80908). Los números considerados “reversibles” son el 0, 1, 2, 5, 6, 8 y 9, aunque su imagen no sea exactamente igual al derecho que al revés.
Reversibles netos: Capicúas que al mirarse al revés forman el mismo número (P.ej. el 58185).
Qué lástima: Si bien estos números no son capicúas, su relación directa con ellos los hacía igualmente objeto de colección. Se trata de boletos exactamente un número antes o un número después de un capicúa (P. ej. 04830, 72128). Dado que existen 1000 capicúas, y hay dos qué lástima para cada capicúa, una colección completa de boletos qué lástima tiene 1998 boletos (el 00000 no tiene qué lástima previo y el 99999 no tiene qué lástima posterior).
El coleccionismo de boletos capicúas comenzó a declinar a partir de la instalación en los colectivos de máquinas expendedoras, que imprimen un pequeño recibo con números de 6 o más cifras y sin el valor estético de los boletos antiguos.

Au Coeur du monde, Blaise Cendrars



Je ris
Tu ris
Nous rions
Plus rien ne compte
Sauf ce rire que nous aimons
Il faut savoir être bête et content

lunes, 14 de enero de 2013

Luis Cernuda



No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Auque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe

La ventana, Antonio Manilla



Existe contra el miedo y se desnuda
en soledad mientras mis ojos beben
el vino de sus formas en secreto.
Ha ocurrido otras veces: medio oculta
tras una gasa casi transparente
se adentra lentamente en mi deseo.
Cualquier día me atrevo y se lo digo.

Llueve con mansedumbre mientras miro
ávidamente su figura envuelta
en una sábana. Es lluvia de hace años.

Entre mis ojos y su casa media
la juventud perdida: allí me espera.
Existe contra el miedo y la memoria
y alguna vez la amé, sin conocerla.

La cárcel de papel, Javier Almuzara



Las mejores historias que has vivido
te las contaron.
Dorados, minuciosos, lentos párrafos
que explicaban el mundo,
te negaron el mundo.

Y muy pronto añadiste
tu esfuerzo al de los que antes
alzaron aquel muro
de libros frente a ti;
también tú diste vida
a fantasmas de tinta y de papel:
tu propia vida.

Has pasado los años,
los días y las páginas
creyendo vanamente que si ahora
no estás tan vivo como los demás
cuando te mueras no estarás tan muerto.

Glosas a Heráclito, Ángel González.



1
Nadie se baña dos veces en el mismo río.
Excepto los muy pobres.
2
Los más dialécticos, los multimillonarios:
nunca se bañan dos veces en el mismo
traje de baño.
3
(Traducción al chino)
Nadie se mete dos veces en el mismo lío.
(Excepto los marxistas-leninistas)
4
(Interpretación del pesimista)
Nada es lo mismo, nada
permanece.
                            Menos
la Historia y la morcilla de mi tierra:
se hacen las dos con sangre, se repiten

Algunos fragmentos, RIlke

(...) ¿Quién sabe
si sonó el mismo pájaro a través de nosotros,
ayer, en el crepusculo?


......


PARA LULU ALBERT-LAZARD

(...)

Estar lejos es solo escuchar: escucha.
Y ahora eres tú toda esta calma.
Mas una y otra vez mi admiración
te recuperará en lo amado: en tu cuerpo.

-------

(...) Yo no sé más de ti;
sólo que a cualquier precio tenías que venir,
y hay un lugar en mí que está vacío
para todo lo tuyo que no sé.

---------

Correspondencia en poemas con Erika Mitterer
(...)

¡ Ay, cuánto valoramos lo que es desconocido:
demasiado deprisa se forma un rostro amado
hecho de parecidos y contrastes!



------------

Mundo había en el rostro de la amada,
pero se ha derramado de repente:
el mundo está ya fuera y no se abarca.

Por qué bebí mundo, al alzar hacia mí
el rostro tan querido y tan repleto,
cuando estaba tan cerca, perfumando mi boca?

Ay, bebí. Qué insaciable bebí entonces.
Pero también yo estaba repleto
de mundo y, al beber, rebosé yo también.

In illo tempore, Luis Alberto de Cuenca


Tus padres se habían ido a no sé dónde
y la casa quedó para nosotros,
lo mismo que el convento abandonado
del poema de Jaime Gil de Biedma.
Con la música a tope, preparaste
una mezcla explosiva en una jarra
mientras yo te quitaba, dulcemente,
la ropa de cintura para arriba.
Llenaste las dos copas hasta el borde.
Bebimos. Nos entró la risa tonta,
y se nos puso un brillo en la mirada
que subrayaba nuestra juventud,
y nos besamos como en las películas,
y nos quisimos como en las canciones


Cuando la realidad era el deseo
y nuestro reino no era de este mundo

domingo, 13 de enero de 2013

Víctor Botas


UN TREN.
El viaje que no hice
esta mañana.
                                Alguien
pudo haber a mi lado.
                                                  Un viejo
de temblorosa pipa.
La imperturbable monja que va siempre
hacia cualquier lugar.
                                                  Aquella niña
de súbita mirada detenida
detrás de su pudor.
                                            Pienso que todos
tienen su andén final,
su meta en donde alguien
vestido de sorpresa, les aguarda.

(Yo no, yo estoy aquí,
esperando, 
la insobornable hora de la cena)   

A quien leyere, Jorge Luis Borges



Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que tú seas el lector de estos ejercicios, y yo su redactor.

sábado, 12 de enero de 2013

Soneto X, John Donne



Ten más modestia, Muerte, aunque se te haya
erróneamente dicho poderosa
y temible; pues esos que has borrado
no mueren, pobre Muerte, incapaz hasta
de aniquilarme a mí. Si el reposo
y el sueño son tan gratos, cuánto más
no debes serlo tú: así se explica
que los mejores antes den contigo
libertad a sus almas y a sus huesos
descanso. Azar, reyes, suicidas,
son tus amos, habitante de pócimas,
enfermedad y guerras. Y más diestros
que tú son los hechizos. Menos humos,
que veremos tu fin; tu muerte, Muerte

Fragmentos de una entrevista de Marcel Cohen con Edmond Jabès, Edmond Jabès


Nacido en 16 de abril de 1912 en El Cairo, mi padre, por inadvertencia, me declaró nacido el 14 del mismo mes. Así, la primera manifestación de mi existencia fue la de una ausencia que llevaba mi nombre.

Paul Celan



Oh uno, oh ninguno, oh nadie, oh tú.

De "Carta a Pericles Anastasiades", Kavafis


He intentado unir el lenguaje hablado y el lenguaje escrito, y para conseguirlo he recurrido a toda mi experiencia y a toda la intuición de que soy capaz: temblando, por así decirlo, con cada palabra.

De "Punto y línea sobre el plano", Wassily Kandinsky


El punto geométrico es invisible, de modo que debe ser definido como un ente abstracto .Pensado materialmente, el punto asemeja a un cero.

Creo que, sin embargo, oculta diversas propiedades "humanas". Para nuestra percepción este cero -el punto geométrico- está ligado a la mayor concisión. Habla, sin duda, pero con mayor reserva.

En nuestra percepción el punto es el puente esencial, único, entre palabra y silencio.

El punto geométrico encuentra su material de escritura: pertenece al lenguaje y significa silencio.

En la conversación corriente, el punto es símbolo de interrupción, de no-existencia (componente negativo) y al mismo tiempo es un puente de una unidad a otra (componente positivo). Tal es en la escritura su significado intrínseco.

El punto es además, en su exterioricidad, simplemente un elemento práctico, utilitario, que conocemos desde niño. El signo exterior se vuelve costumbre y oscurece el sonido interior del símbolo.

Lo interior queda amurallado dentro de lo exterior

viernes, 11 de enero de 2013

Omar Khayyam


Esta es la única certeza: peones somos de la misteriosa partida que juega Dios. Nos mueve, nos detiene, nos levanta y nos arroja después, uno a uno, al abismo de la Nada.

Un poema no escrito, W. H. Auden


I
Esperando tu llegada mañana, me descubro pensando que Te amo: luego aparece la idea: me gustaría escribir un poema expresando exactamente lo que quiero decir cuando pienso estas palabras.
II
A cualquier poema escrito por otra persona lo primero que le pido es que sea bueno —quien lo haya escrito es de importancia secundaria; a cualquier poema escrito por mí, lo primero que le exijo es que sea genuino, reconocible, al igual que mi propia caligrafía, como un poema escrito, para bien o para mal, por mí. (Cuando se trata de sus propios poemas, las preferencias del poeta y las de sus lectores a menudo se enciman pero pocas veces coinciden.)
III
Pero este poema que ahora me gustaría escribir no tan sólo debería ser bueno y genuino: si quiero que me satisfaga, también debe ser verdadero. Leí un poema de alguien en el que lacrimosamente se despide de su ser amado: el poema es bueno (me conmueve al igual que otros buenos poemas) y es genuino —reconozco la “caligrafía” del poeta. Después me entero por una biografía que, por la época en que lo escribió, el poeta estaba harto de la mujer pero fingió llorar para no herir sentimientos y evitar una escena. ¿Afecta esta información mi opinión sobre el poema? En lo más mínimo: nunca conocí personalmente al poeta y su vida privada no es de mi incumbencia. ¿Habría afectado mi opinión el que yo mismo hubiera escrito ese poema? Así lo espero.
IV
No sería suficiente que yo creyera que lo que yo había escrito era verdadero: para satisfacerme, la verdad de este poema tiene que ser evidente por sí misma. Tendría que estar escrito, por ejemplo, de tal forma que ningún lector pudiera leer “Te amo” por Te amo.
V
Si yo fuera un compositor, creo que podría producir una pieza musical que expresara a un oyente lo que quiero decir cuando pienso la palabra amor, pero me sería imposible componerla de tal modo que ese oyente supiera que este amor lo sentía por Ti (no por Dios, o mi madre, o el sistema decimal). El lenguaje de la música es, digamos, intransitivo, y esta misma intransitividad es precisamente la que priva de sentido a un oyente que pregunta: “¿De veras cree el compositor lo que dice, o sólo está fingiendo?”.
VI
Si yo fuera un pintor, creo que podría producir un retrato que expresara a un espectador lo que quiero decir cuando pienso la palabra Tú (alguien con hermosura, adorable, etcétera), pero me sería imposible pintarlo de tal forma que ese espectador supiera que Yo te amaba. El lenguaje de la pintura carece, digamos, de la Voz Activa, y es precisamente esta misma objetividad lo que priva de sentido a un espectador que pregunta: “¿Realmente es éste un retrato de N (no de un joven, un juez o una locomotora disfrazada)?”.
VII
El “simbolista” pretende hacer una poesía intransitiva como la música, que no puede ir más allá de la reflexión narcisista: “Me amo a mí mismo”; la pretensión de hacer una poesía tan objetiva como una pintura, no puede llevar más que a una simple comparación. “A es como B”, “C es como D”, “E es como F”… Ningún poema “imagista” puede ser muy largo.
VIII
Como lenguaje artístico, el Discurso tiene muchas ventajas: tres personas, tres tiempos —la Música y la Pintura sólo cuentan con el tiempo presente—, la voz activa y la voz pasiva; pero tiene un serio defecto: carece de la Atmósfera del Indicativo. Todas sus aseveraciones están en el subjuntivo y son posiblemente verdaderas sólo hasta que se verifican (lo que no siempre es posible) por evidencias no-verbales.
IX
Primero escribo Nací en York; después, Nací en Nueva York: para descubrir cuál frase es cierta y cuál es falsa no sirve de nada estudiar mi caligrafía.
X
Puedo imaginar un falsificador lo suficientemente hábil como para imitar con tal exactitud la firma de otra persona que hasta un experto juraría ante una corte que era genuina, pero no puedo imaginar a un falsificador lo suficientemente hábil que pudiera imitar su propia firma con la imprecisión necesaria para hacer que un experto jurara que es una falsificación. (¿O será que sencillamente no me puedo imaginar las circunstancias en las que alguien deseara hacer una cosa semejante?)
XI
En los viejos tiempos, normalmente un poeta escribía en tercera persona, y su tema acostumbrado eran las hazañas de otros. El uso de la primera persona lo reservaba para invocar a la Musa o para recordarle a su Príncipe que era día de paga; incluso entonces, no hablaba como él mismo, sino instalado en su capacidad profesional como bardo.
XII
En la medida en que un poeta hable de las hazañas de otros, su poema puede ser malo pero no puede ser falso, incluso si las hazañas son legendarias y no hechos históricos. Cuando en los viejos tiempos un poeta decía cómo un jovenzuelo de cincuenta kilos retaba a un combate a muerte a un dragón de veinte toneladas, o cómo un malvado robaba el caballo del Obispo, se metía con la mujer del Gran Visir y escapaba de la cárcel disfrazado de lavandera, nunca se le ocurrió pensar a alguien en su público: “Bueno, sus versos pueden estar muy bien o ser divertidos, ¿pero el guerrero era tan valiente o el villano tan astuto como él dice?”: las hazañas que describía le daban sentido común a su secuencia silábica.
XIII
En la medida en que hable de las hazañas de otros, un poeta no tiene dificultad en decidir qué estilo de discurso adoptar: una hazaña heroica requiere de un estilo “elevado”, un hazaña de astucia cómica de un estilo “bajo”, etcétera. Pero supongamos que Homero no hubiera existido, de tal forma que Héctor y Aquiles se hubieran visto obligados a escribir La Ilíada en primera persona. Si lo que ellos hubieran escrito fuera en todos los otros aspectos el poema que conocemos, ¿no deberíamos pensar: “Los héroes genuinos no hablan de sus hazañas con esta grandeza. Estos tipos deben de estar mintiendo?”. Pero si no es propio de un héroe hablar de sus propias hazañas en un tono muy elevado, ¿en qué estilo ese héroe podría hablar de ellos apropiadamente? ¿En un estilo cómico? ¿No sospecharíamos entonces una falsa modestia de su parte?
XIV
El poeta dramático hace hablar a sus personajes en primera persona y, muy a menudo, en un tono elevado. ¿Por qué esto no nos incomoda? (¿O sí?) ¿Es porque sabemos que el dramaturgo que escribió sus parlamentos no estaba hablando sobre sí mismo, y que los actores que los repiten sólo están actuando? ¿Pueden las comillas volver aceptable lo que sin ellas resultaría incómodo?
XV
Resulta fácil para un poeta hablar sinceramente de guerreros valerosos y canallas astutos porque el coraje y la astucia poseen sus propios obras por medio de las cuales manifiestan su carácter. ¿Pero cómo va a hablar ese poeta sinceramente de amantes? El amor no cuenta con una hazaña que le sea propia: tiene que pedir prestado un acto de gentileza que, en sí mismo, no es una hazaña sino una forma de conducta —es decir, no es una obra humana. Uno puede, si así lo desea, llamarlo obra de Afrodita o de la Frau Minne o de la Bella Dama.
XVI
Una hazaña atribuida a Hércules era el de haber “hecho el amor” con cincuenta vírgenes en el curso de una sola noche: en estas condiciones se podría decir que Hércules era un favorito de Afrodita, pero no se le llamaría un amante.
XVII
¿Quién es Tristán? ¿Quién don Giovanni? Ningún fisgón podría decirlo.
XVIII
Resulta fácil para un poeta alabar las benevolentes obras de Afrodita (llenando su canción de encantadores retratos como el del ritual de la corte del Gran Colimbo Crestado o el de la curiosa conducta del molusco macho, y después todas las alegres ninfas y corderos amándose locamente mientras se levantan y caen imperios), siempre y cuando ese poeta piense que ella rige las vidas de las criaturas (e incluso de los seres humanos) en general. ¿Pero cuál es el papel de Afrodita cuando se trata de un amor entre dos personas con nombres y que hablan en primera y segunda persona? Cuando yo te digo Te amo, admito, naturalmente, que le debo a Afrodita la posibilidad general de amar, pero el que Yo te deba amar a ti es, lo exijo, mi decisión —o Tú mandato— no la de ella. O eso, al menos, seguiré exigiéndolo cada vez que me encuentre felizmente enamorado: cuando me encuentre infelizmente enamorado (la razón, la conciencia, mis amigos me advierten que mi amor amenaza a mi salud, mis bolsillos y mi salvación espiritual; sin embargo yo insisto en la unión), entonces bien puedo responsabilizar a Afrodita y considerarme su víctima indefensa. Así, cuando un poeta desea hablar del papel de Afrodita en una relación personal, la ve por lo común como una diosa malvada: no es de felices matrimonios de lo que habla, sino de amores trágicos y mutuamente destructivos.
XIX
El amante infeliz que se suicida no se mata por amor sino a pesar del amor: para demostrarle a Afrodita que todavía es un hombre libre, capaz de una acción humana, no su esclavo, reducido a una simple conducta.
XX
Sin el amor personal el impulso afectivo no puede ser una hazaña, sino un acontecimiento social. Un poeta al que comisionan para escribir un epitalamio, debe saber los nombres y el estatus social de la novia y del desposado antes de poder decidir el estilo de la dicción y la imaginería apropiada a la circunstancia. (¿Es para una boda de nobles o de campesinos?) Pero el poeta jamás preguntará: “¿Están enamorados los novios?” —porque eso es irrelevante para un acontecimiento social. Podrán llegarle rumores de que el príncipe y la princesa no se soportan pero que se tienen que casar por motivos dinásticos, o que la unión de Juan y Juana es realmente la unión de dos cerdos de la piara, pero tal chismerío no influirá en lo que él escriba. Es por esto que se puede encargar un epitalamio.
XXI
El poeta nos habla de hazañas heroicas emprendidas por amor: el amante va hasta el fin del mundo para traer el Agua de la Vida, mata a ogros y dragones, escala una montaña de cristal, etcétera, y su recompensa final son la mano y el corazón de la mujer a la que ama (que por lo general es una princesa). Pero todo esto sucede en el reino de lo social, no en el terreno personal. Viene muy a tono que los padres de la muchacha (o la opinión pública) digan: “Tales y cuales virtudes son esenciales en un yerno (o en un rey)”, e insistan en que cada aspirante que se someta a cualquier prueba, ya sea escalar una montaña de cristal o traducir un pasaje oscuro de Tucídides, demostrará si posee tal cualidad o no: y el aspirante que pase la prueba exitosamente tiene el derecho de reclamarles el consentimiento de la boda. Pero es inconcebible cualquier prueba que haga decir a la muchacha: “No podría amar a cualquier aspirante que fallara, pero amaré a aquel, quien quiera que sea, que la pase”; tampoco es concebible alguna hazaña que le dé al aspirante el derecho de demandar el amor de su amada.
Supongamos, también, que ella dude de la calidad afectiva del héroe (¿él sólo va detrás de su cuerpo o de su dinero?), entonces ninguna hazaña de él, por heroica que sea, puede sacarla de la duda; en relación con ella personalmente, todo lo que eso puede demostrar es que el objetivo del héroe, noble o ruin, es lo suficientemente fuerte para someterlo a la Prueba.
XXII
Darle un regalo a alguien es un acto de generosidad, y el poeta épico invierte casi tanto tiempo en describir los obsequios que sus héroes intercambian y las fiestas que ofrecen, como el que gastan describiendo las acciones en una batalla, porque se espera que el héroe épico sea tan generoso como valiente. El grado de generosidad lo certifica el valor en el mercado del regalo. El poeta sólo tiene que decirnos el tamaño de los rubíes y de las esmeraldas incrustadas en la funda de la espada o el número de ovejas y de bueyes que se consumieron en la fiesta. ¿Pero cómo tendrá que hablar un poeta convincentemente de regalos hechos por amor (“te daré las llaves del Cielo”, etcétera)? El valor mercantil de un regalo personal es irrelevante. El amante trata de escoger, por lo que sabe de los gustos de la persona amada, lo que él cree que a ella más le gustaría recibir en ese momento (y recibirlo de él): podría ser un cadillac, pero igual podría ser una postal cómica. Si él es un seductor en ciernes, con ganas de comprar, o ella una puta en ciernes, con ganas de vender, entonces, por supuesto, el valor mercantil es sumamente relevante. (No de modo invariable: su presunta víctima puede ser una muchacha muy rica cuyo único interés fuera el de coleccionar postales cómicas.)
XXIII
El regalo anónimo es una obra de caridad, sólo que nosotros estamos hablando de eros, no de ágape. Es tan esencial al amor erótico el deseo de exponerse a sí mismo ante la otra persona, como es esencial a la caridad el deseo de no exhibirse ante nadie. En ciertas circunstancias, el amante puede intentar ocultar su amor —porque está jorobado, porque la muchacha es su propia hermana, etcétera— pero no es en su condición de amante como trata de esconderlo; y si en ese caso él le enviara regalos anónimos, ¿no delataría esto una esperanza, consciente o inconsciente, de despertar su curiosidad hasta el punto en que ella diera los pasos necesarios para descubrir la identidad del remitente?
XXIV
Mientras su romance con Crésida iba bien, Troilo se volvió un guerrero más feroz que antes —“Exceptuando a Héctor, era el hombre más arrojado de todos”—, pero, al mismo tiempo, el cazador más caballeroso —“Dejaba escapar a las bestias pequeñas”. Y es verdad que a veces decimos de algún conocido que está enamorado: “Esta vez tiene que ser cierto. Antes solía ser muy déspota con todos, pero ahora, desde que encontró a N, nunca suelta expresiones descorteses”. Pero es imposible imaginar a un amante diciendo: “Debe ser cierto que amo a N porque ahora soy mucho más amable que antes de que nos conociéramos”. (Quizá sólo sea posible imaginarlo diciendo: “Creo que realmente N me ama porque me ha vuelto mucho más tratable”.)
XXV
En cualquier caso, este poema que me gustaría escribir no tiene nada que ver con la proposición “Él la ama” (en donde Él y Ella podrían ser personas ficticias cuyos caracteres e historia el poeta es libre de idealizar a su gusto), sino con mi proposición Te amo —en donde Yo y Tú son personas cuya existencia e historias podrían ser verificadas por un detective privado.
XXVI
Es una convención gramatical de la lengua inglesa que el hablante se instale a sí mismo en el “Yo”, e instale en el “Tú” a la persona a quien se está dirigiendo; pero hay muchas situaciones en las cuales una situación distinta serviría igual de bien. Podría ser la regla, por ejemplo, que, al conversar cortésmente con extraños o al dirigirse a los servidores públicos, uno usara la tercera persona: “Al señor Smith le gustan los gatos, ¿también a la señora Jones?”; “¿Podría decirle el honorable conductor al humilde pasajero cuándo sale este tren?”: Hay muchas situaciones, digamos, en donde el uso de los pronombres “Yo” y “Tú” no va acompañado por el sentimiento-del-Yo o por el sentimiento-del-Tú.
XXVII
El sentimiento-del-Yo: un sentimiento de-responsabilidad-por. (No puede acompañar a un verbo en la voz pasiva.) Me desperté en la mañana con un violento dolor de cabeza y grité: ¡Ouch! Este grito es involuntario y está al margen del sentimiento-del-Yo. Entonces pienso: “Estoy crudo”; cierto sentimiento-del-Yo acompaña a esta idea —es mío el acto de localizar e identificar el dolor de cabeza— pero tal sentimiento es muy ligero. Luego pienso: “Bebí demasiado anoche”. En este caso el sentimiento-del-Yo es mucho más fuerte: Debí tomar menos. Un dolor de cabeza se ha convertido en mi cruda, un incidente en mi historia personal. (No puedo identificar mi cruda señalándome la cabeza y gimiendo; lo que vuelve mía la cruda es mi acción pasada y no puedo señalarme a mí mismo el día de ayer.)
XXVIII
El sentimiento-del-Tú: un sentimiento de atribuir-responsabilidad-a. Si, cuando pienso en Tu hermosura, a este pensamiento lo acompaña el sentimiento-del-Tú, me refiero a que te hago responsable, cuando menos en parte, de tu apariencia física; y ésta no se debe simplemente a una afortunada combinación genética.
XXIX
Algo común a los dos sentimientos, del-Yo y del-Tú: un sentimiento de estar-en-la-mitad-de-una-historia. Yo no puedo pensar Te amo sin incluir los pensamientos Ya te he amado (así sólo sea por un momento) y Te seguiré amando (así sea sólo por un momento). Si, por tanto, mi intención —como me gustaría que lo fuera en este poema— es expresar lo que quiero decir cuando pienso esto, entonces me vuelvo un historiador, enfrentado con los problemas de un historiador. De los documentos a mi disposición (memorias de mí mismo, de Ti, de lo que he oído sobre el tema del amor), es probable que algunos hayan sido trastocados, que algunos otros sean incluso completas falsificaciones; ahí donde carezco de documentos, no puedo decir si tal carencia se debe a que nunca existieron o si se han extraviado o si están escondidos, y, si es así, de ser recobrables no marcarían ninguna diferencia para mi cuadro histórico. Incluso aunque me fuera dada la memoria total, seguiría enfrentándome con la tarea de interpretarlos y de tasar su relativa importancia.
XXX
Los autobiógrafos son como otros historiadores: algunos son liberales, otros conservadores, algunos son Geistesgeschichtswissenschaftler,2 algunos son folletinistas, etcétera. (Me gustaría creer que yo pienso Te amo más como Tocqueville lo habría hecho y menos como De Maistre.)
XXXI
El problema más difícil en el conocimiento personal, ya sea de uno mismo o de otros, es el problema de intuir cuándo hay que pensar como historiador y cuándo como antropólogo. (Es relativamente fácil intuir cuándo uno debería pensar como médico.)
XXXII
¿Quién soy yo? (Was ist denn eigentlich mit mir geschehen?)3 Muchas respuestas son plausibles, pero una definitiva sólo puede haberla en la misma medida en que pudiera existir una historia definitiva de la Guerra de Treinta Años.
XXXIII
Ay, que mi respuesta a la pregunta ¿Quién eres Tú? y tu respuesta a la pregunta ¿Quién soy Yo? sean las mismas, es tan imposible como que cualquiera de ellas resultara exacta y completamente cierta. Pero si no son las mismas, y ninguna resulta muy cierta, entonces la afirmación Te amo no puede ser muy cierta tampoco.
XXXIV
“Te amo; Je t’aime; Ich liebe dich; Io t’amo… no hay lengua en la tierra dentro de la cual esta frase no pueda ser traducida exactamente bajo la condición de que, por lo que se quiere decir con ella, el habla no es necesaria: en lugar de abrir la boca, el que habla muy bien podría señalarse con un dedo en primer término, luego señalar al “Tú” y enseguida dibujar un gesto que imite el acto de “hacer el amor”. Bajo estas condiciones la frase se encuentra al margen de ambos sentimientos: el-Yo y el-Tú: “Yo” significa “este” miembro de la raza humana (no mi compañero de trago ni el cantinero), “Tú” significa “ese” miembro de la raza humana (no el inválido que está a tu izquierda, el niño de tu derecha o la vieja arrugada que está detrás de ti), y “amor” significa de “cuál” necesidad física soy la víctima pasiva en este momento (y no estoy pidiendo que me indiquen el camino hacia un buen restaurante o hacia el WC más cercano).
XXXV
Si fuéramos unos completos desconocidos (de modo que por ambas partes quedara excluida la posibilidad del sentimiento-del-Tú) y, abordándote en la calle, yo dijera Te amo, tú no sólo entenderías exactamente lo que estaba diciendo sino que tampoco dudarías que eso quise decir; nunca pensarías: “¿Este hombre se está engañando a sí mismo o me está mintiendo?” (Por supuesto, tal vez caerías en un error: Yo podría estarte abordando para ganar una apuesta o para provocar un ataque de celos en alguien más.)
Pero no somos desconocidos y no es eso lo que quiero decir —o no es todo lo que quiero decir. Si de algún modo lo que quiero decir —y cualquier cosa que esto signifique— puede ser expresado, yo no podría transmitirlo igual de bien usando gestos que haciendo lo mismo con palabras (por tal motivo deseo escribir este poema) y, dondequiera que el lenguaje es necesario, la mentira y el autoengaño son igualmente imposibles.
XXXVI
Puedo fingir ante otros que no tengo hambre cuando la tengo (si me siento avergonzado de admitir que me resulta incosteable una comida decente) o que tengo hambre cuando no la tengo (ya que heriría los sentimientos de mi anfitriona si no como). Pero, ¿tengo hambre o no? ¿Qué tanta hambre? Es difícil concebir que tengan lugar la incertidumbre y el autoengaño en lo que se refiere a la respuesta verdadera.
XXXVII
Tengo hambre; Tengo mucha hambre; Me estoy muriendo de hambre: es claro que estoy hablando de tres grados del mismo apetito. Te amo un poco; Te amo muchísimo; Te amo locamente: ¿Estoy hablando aún de distintos grados? ¿O de distintas clases de amor?
XXXVIII
¿Te amo de veras? Podría responder No con la certeza de que estaba diciendo la verdad en la medida en que tú fueras alguien con tan poco interés para mí que nunca se me habría ocurrido hacerme a mí mismo la pregunta; pero no hay ninguna condición que me permitiera responder Sí con certeza. De hecho, me inclino a creer que, mientras mis sentimientos pudieran aproximarse cada vez más al sentimiento que haría del Sí la respuesta verdadera, me volvería más dubitativo. (Suponiendo que me preguntaras: “¿Me amas?”, yo estaría dispuesto, creo, a contestar Sí, si supiera que esto es una mentira.)
XXXIX
¿Puedo imaginar que amo cuando, de hecho, no amo? Desde luego que sí. ¿Puedo imaginar que no odio cuando, de hecho, estoy odiando? Desde luego que sí. ¿Puedo imaginar que únicamente odio cuando, de hecho, amo y odio a la vez? Sí, eso también es posible. Pero ¿podría imaginar que odiaba cuando, de hecho, no estaba odiando? ¿Bajo qué circunstancias tendría un motivo para engañarme a mí mismo en relación con esto?
XL
Amor Romántico: No necesito haberlo experimentado por mi cuenta para dar una descripción justa y precisa de él, en la medida en que, por siglos, esta noción ha sido una de las principales obsesiones de la Cultura Occidental. ¿Podría imaginar su noción contraria: el Odio Romántico? ¿Cuáles serían sus convenciones? ¿Su vocabulario? ¿Cómo sería una cultura en donde este concepto fuera una obsesión tan poderosa como el Amor Romántico lo es en la nuestra? Supongamos que yo lo experimentara, ¿debería tener la capacidad para reconocer en tal experiencia al Odio Romántico?
XLI
El odio tiende a excluir de la conciencia cualquier pensamiento que no sea el de la Persona Odiada; pero el amor tiende a expandir la conciencia; el pensamiento de la Persona Amada actúa como un imán, que se rodea a sí mismo de otros pensamientos. ¿Es por esta razón que un poema de amor feliz es rara vez tan convincente como uno de amor infeliz: porque el amante feliz parece estarse olvidando con mucha frecuencia de su Persona Amada para pensar en el universo?
XLII
De los muchos (tantos, que suman demasiados) poemas de amor que he leído, poemas escritos en primera persona, los más convincentes se daban siempre en el fa-la-la de una sensualidad bien naturalizada que no tenía pretensiones de amor serio, o en los aullidos de dolor porque la persona amada había muerto y ya estaba imposibilitada para amar, o en los gruñidos desaprobatorios porque ella amaba a otro o tan sólo se amaba a sí misma; los menos convincentes eran aquellos en los que el poeta sostenía que era sincero, pero a la vez no tenía de qué quejarse.
XLIII
En la batalla, un soldado que se sepa bien a su Homero puede tomar las hazañas de Héctor y Aquiles (que posiblemente sean ficticias) como un modelo e inspirarse con eso para pelear con bravura él mismo. Pero el posible amante que conozca bien su Petrarca no puede inspirarse en eso para amar: si toma los sentimientos expresados por Petrarca (quien fue ciertamente una persona real) como un modelo e intenta imitarlos, en ese momento deja de ser un amante y se vuelve un actor que representa el papel del poeta Petrarca.
XLIV
Muchos poetas han intentado describir la experiencia del Amor Romántico distinguiéndolo del deseo vulgar. (Repentinamente avergonzado, me gustaría decir; consciente de haber soltado disparates, como un chango parlante o un mozo de cuadra que aún no se ha bañado, ante una Presencia Soberana, con la lengua trabada, temblando, temeroso de permanecer ahí pero renuente a partir porque éste es, entre todos los lugares, el mejor en el que se puede estar…) ¿Pero no ha tenido uno ya experiencias similares (de un encuentro radiante) en contextos no-humanos? (En un recuerdo me veo a mí mismo llegando inesperadamente ante una desdeñosa fundidora de acero en las montañas de Harz.) ¿Qué es lo que hace la diferencia en el contexto humano? ¿El vulgar deseo?
XLV
Me gustaría creer que tiene lugar una evidencia amorosa cuando puedo decir verdaderamente: El Deseo, incluso en sus rabietas más salvajes, no puede persuadirme de que eso es amor ni impedirme desear que lo fuera.
XLVI
“Mi amor”, dice el poeta, “es más maravilloso, más hermoso, más deseable que…” —aquí sigue una lista de objetos naturales admirables y de artefactos humanos— (más maravilloso, me gustaría decir, que Swaladele, o la costa noroeste de Islandia, más hermoso que un tejón, un caballo de mar o una turbina fabricada por Gilkes & Co. de Kendal, más deseable que pan tostado en el desayuno o que un chorro sin fin de agua caliente…). ¿Qué entregan tales comparaciones? No una descripción, ciertamente, con la cual Tú pudieras distinguirte entre los cientos de posibles rivales que respondieran a una condición similar.
XLVII
“La persona que adoro tiene más alma que otras gentes…” (Más divertida, me gustaría decir.) Para ser preciso, ¿acaso el poeta no debió escribir… “que otras gentes con las que me he encontrado hasta hace poco”?
XLVIII
“Te amaré siempre”, jura el poeta. A mí también me parece fácil jurar esto. Te amaré a las 4:15 PM del martes entrante: ¿sigue igual de fácil puesto así?
XLIX
“Te amaré pase lo que pase, aun cuando…” —luego viene una lista de milagros catastróficos— (aun cuando, me gustaría decir, todas las piedras de Baalbek se quiebren en trozos exactos, los cuervos de Repton murmuren funestas profecías en griego y a su vez el Windrush4 allá abajo deslice imprecaciones en hebreo, el Tiempo enloquezca y que París y Viena vuelvan a estar fabulosamente alumbradas con gas…)
¿De veras creo que sea posible que estos acontecimientos ocurran durante el tiempo en que yo viva? Si no es así, ¿qué es lo que acabo de prometer? Te amaré pase lo que pase, aun cuando engordes nueve kilos o te aflija un bigote: ¿me atrevería a prometer eso?
L
Este poema que yo pensaba escribir era para expresar exactamente lo que quiero decir cuando pienso las palabras Te amo, pero no puedo saber con exactitud qué es lo que quiero decir; su función era lograr una verdad evidente en sí misma, pero las palabras no se pueden verificar por sí mismas. De modo que este poema permanecerá sin ser escrito. Eso no importa. Mañana llegarás; si yo estuviera escribiendo una novela en la que ambos fuéramos personajes, sé con exactitud de qué manera tendría que recibirte en la estación: adoración en la mirada; en la lengua, bromas y una amable malicia. ¿Pero quién sabe con exactitud cómo te saludaré? ¿La Bella Dama? Bueno, esa es una idea. ¿No podría uno escribir un poema (ligeramente desagradable, tal vez) sobre Ella?

jueves, 10 de enero de 2013

Entreacto, Ángel González





No acaba aquí la historia.
Esto es solo
una pequeña pausa para que descansemos.
La tensión es tan grande,
la tensión que desprende la trama es tan
intensa,
que todos,
bailarines y actores, acróbatas
y distinguido público,
agradecemos
la convencional tregua del entreacto,
y comprobamos
alegremente que todo era mentira,
mientras los músicos afinan sus violines.
Hasta ahora hemos visto
várias escenas rápidas que preludiaban muerte,
conocemos el rostro de ciertos personajes
y sabemos
algo que incluso muchos de ellos ignoran:
el móvil
de la traición y el nombre
de quién la hizo.
Nada definitivo ocurrió todavía
pero
la desesperación está nítidamente
dibujada, y los intérpretes
intentan evitar el rigor del destino
poniendo
demasiado calor en sus exuberantes
ademanes, demasiado carmín en sus sonrisas
falsas,
con lo que -es vidente- disimulan
su cobardía, el terror
que dirige
sus movimientos en el escenario.
Aquellos
ineficaces y tortuosos diálogos
refiriéndose a ayer, a un tiempo
ido,
completan. sin embargo,
el panorama roto que tenemos
ante nosotros, y acaso
expliquen luego muchas cosas, sean
la clave que al final lo justifique
todo.
No olvidemos tampoco
las palabras de amor junto al estanque,
el gesto demudado, la violencia
con que alguien dijo:
«no»,
mirando al cielo,
y la sorpresa que produce
el torvo jardinero cuando anuncia:
«Llueve, señores,
llueve
todavía.»
Pero tal vez sea pronto para hacer conjeturas:
dejemos
que la tramoya se prepare,
que los que han de morir recuperen su aliento,
y pensemos,
cuando el drama prosiga y el dolor
fingido
se vuelva verdadero en nuestros corazones,
que nada puede hacerse, que está próximo
el final que tenemos de antemaos,
que la aventura acabará, sin duda,
como debe acabar, como está escrito,
como es inevitable que suceda.

El ajedrez, Jorge Luis Borges



I

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?

Los placeres perdidos, Javier Almuzara



Te lo advertía, Gala: envejecemos.
Los besos que ahora niegas,
mañana te los negarán.
La juventud,
                       tan breve,
sólo se pierde cuando no se entrega.
Aprovecha el instante
(la joven casta es vieja)
y recuerda que el tiempo no hace nunca
el camino de vuelta.

Hoy añoras los días que pasaron
porque tal vez entonces
no tuviste el deseo
o ahora ya no tienes aquel cuerpo.
Pero a pesar de todo
abrázame, busquemos
los placeres perdidos.

Si el destino, amor mío,
no quiere que disfrute lo que quiero
disfrutaré contigo lo que quise.

Nabokov habla a su mariposa, Miguel Postigo



Anónima y mortal, ayer volabas
en el alba. Tu vida duraría
lo que dura la breve luz del día.
Pero yo te apresé. No sospechabas
que aquel día fue tu final
y tu eterno principio. Fue tu suerte
que yo te diese un nombre y una muerte
clasificada. Hoy eres inmortal.
Eres la especie, el nombre, la memoria
redentora que salva a tus hermanas,
mortales en las trémulas mañanas.
Eres su eternidad. Eres su historia.
Clavada en un cartón,bajo un letrero,
como el Otro, clavado en el madero.

Las últimas cenas, Vicente Gallego


Lo que ahora nos une es una fecha
pactada cada mes, poco más que un esfuerzo
por seguir la amistad. Lo que ahora nos une
no es aquel entusiasmo, esa antigua alegría de estar juntos.
Y cuando digo esto me salís con que las cosas cambian,
con que a todos nos pesan otra edad y otros frenos: las mujeres, los hijos, madrugar, el trabajo;
hasta a veces el hígado de alguno se interpone en los planes
con que aún procuramos engañar la ilusión.
Ha llegado muy pronto ese momento
que juramos mil veces retrasar, este momento
en que estar entre amigos es hablar con nostalgia
de lo que fue en su día ser amigos;
y en estas cenas frías de los jueves
todo el mundo recuerda aquellas cenas gloriosas de los sábados.
Se iluminan los ojos con las viejas historias
-esas locas hazañas, con alcohol y mujeres, que hoy parecen ajenas y propician
una dulce arrogancia en las voces de todos-,
y renace el orgullo en cada uno por la amistad del otro,
cuando recuerda alguien aquel honor de hombres agraviados
que defendimos juntos ciertas noches, peleando.
Y entre tantas victorias -recordamos ahora con la sonrisa triste-,
llegamos a pensar que también venceríamos sobre el destino incluso,
sin saber que el destino no se rinde a la fuerza ni al empeño,
ni que tantos propósitos en las cenas de los sábados,
todo aquello que íbamos a hacer con las mujeres y la vida,
sería más bien esto que los jueves,
no deja de asombrarnos que hayan hecho
la vida y las mujeres con nosotros.

Elegía XIX, Antes de acostarse, John Donne



Ven, ven, todo reposo mi fuerza desafía.
Reposar es mi fuerza pues tendido me esfuerzo:
No es enemigo el enemigo
Hasta que no lo ciñe nuestro mortal abrazo.
Tu ceñidor desciñe, meridiano
Que un mundo más hermoso que el del cielo
Aprisiona en su luz; desprende
El prendedor de estrellas que llevas en el pecho
Por detener ojos entrometidos;
Desenlaza tu ser, campanas armoniosas
Nos dicen, sin decirlo, que es hora de acostarse.
Ese feliz corpiño que yo envidio,
Pegado a ti como si fuese vivo:
¡Fuera! Fuera el vestido, surjan valles salvajes
Entre las sombras de tus montes, fuera el tocado,
Caiga tu pelo, tu diadema,
Descálzate y camina sin miedo hasta la cama.
También de blancas ropas revestidos los ángeles
El cielo al hombre muestran, mas tú, blanca, contigo
A un cielo mahometano me conduces.
Verdad que los espectros van de blanco
Pero por ti distingo al buen del mal espíritu:
Uno hiela la sangre, tú la enciendes.
Deja correr mis manos vagabundas
Atrás, arriba, enfrente, abajo y entre,
Mi América encontrada: Terranova,
Reino sólo por mí poblado,
Mi venero precioso, mi dominio.
Goces, descubrimientos,
Mi libertad alcanzo entre tus lazos;
Lo que toco, mis manos lo han sellado.
La plena desnudez es goce entero:
Para gozar la gloria las almas desencarnan,
Los cuerpos se desvisten.
Las joyas que te cubren
Son como las pelotas de Atalanta:
Brillan, roban la vista de los tontos.
La mujer es secreta:
                                    Apariencia pintada,
Como libro de estampas para indoctos
Que esconde un texto místico, tan sólo
Revelado a los ojos que traspasan
Adornos y atavíos.
Quiero saber quién eres tú: descúbrete,
Sé natural como al nacer,
Más allá de la pena y la inocencia
Deja caer esa camisa blanca,
Mírame, ven, ¿qué mejor manta
Para tu desnudez, que yo, desnudo?

Respuesta a su hija Laura, Miguel D'Ors



"¿Y por qué te hago falta?"
(Laura, 3 años)

¿Qué por qué me haces falta?
Pues ¿quién me llevaría
a la rama más alta del verano?
¿Con quién aprendería a pronunciar
correctamente las palabras verdes?
¿Cómo iba a saber yo cuándo un 8 está triste?
¿Y el nombre de una nube? ¿Quién podría
enseñarme el camino
para volver a aquel domingo en que sonaba
la música feliz del arco iris?
¿Cómo me entendería con las cerillas?, dime.
Y si nevara --sobre todo esto--
¿cómo distinguiría yo la nieve
minúscula y la mayúscula para no hacer el tonto?

La condena, Felipe Benítez Reyes

El que posee el oro añora el barro.
El dueño de la luz forja tinieblas.
El que adora a su dios teme a su dios.
El que no tiene dios tiembla en la noche.

Quien encontró el amor no lo buscaba.
Quien lo busca se encuentra con su sombra.
Quien trazó laberintos pide una rosa blanca.
El dueño de la rosa sueña con laberintos.

Aquel que halló el lugar piensa en marcharse.
El que no lo halló nunca
es desdichado.
Aquel que cifró el mundo con palabras
desprecia las palabras.
Quien busca las palabras que lo cifren
halla sólo palabras.

Nunca la posesión está cumplida.
Errático el deseo, el pensamiento.
Todo lo que se tiene es una niebla
y las vidas ajenas son la vida.

Nuestros tesoros son tesoros falsos.

Y somos los ladrones de tesoros.

Prólogo de "Los autonautas de la cosmopista", Julio Cortázar

"Lector, tal vez ya lo sabes: Julio, el Lobo, termina y ordena solo este libro que fue vivido y escrito por la Osita y por él como un pianista toca una sonata, las manos unidas en una sola búsqueda de ritmo y melodía.

Apenas terminada la expedición, volvimos a nuestra vida militante y partimos una vez más a Nicaragua donde había y hay tanto para hacer. Carol reanudó allí su trabajo de fotógrafa mientras yo escribía artículos para mostrar en todos los horizontes posibles la verdad y la grandeza de la lucha de ese pequeño pueblo que infatigablemente continúa su viaje hacia la dignidad y la libertad. También allí encontramos felicidad, ya no solo en los paraderos del París-Marsella sino en el contacto diario con mujeres, hombres y niños que miraban como nosotros hacia delante. Allí la Osita empezó a declinar víctima de un mal que creíamos pasajero porque en ella la voluntad de la vida era más fuerte que todos los pronósticos, y yo compartía su coraje como siempre compartí su luz, su sonrisa, su enamorada vivencia del sol, del mar y de la esperanza en un futuro más hermoso. Volvimos a París llenos de planes: terminar el libro, dar sus derechos de autor al pueblo nicaragüense, vivir, vivir todavía más intensamente. Siguieron dos meses que nuestros amigos llenaron de cariño, dos meses en que rodeamos a la Osita de ternura y en que ella nos dio cada día ese valor que nos iba abandonando. La vi emprender su viaje solitario, donde yo no podía ya acompañarla, y el 2 de noviembre se me fue de entre las manos como un hilito de agua, sin aceptar que los demonios dijeran la última palabra, ella que tanto los había desafiado y combatido en estas páginas.

A ella le debo, como le debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato. Bien sé, Osita, que habrías hecho lo mismo si me hubiera tocado precederte en la partida, y que tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista."

miércoles, 9 de enero de 2013

El remordimiento, Jorge Luis Borges




He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer.
No he sido feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
Çarriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.

De "No amanece el cantor", José Ángel Valente





LENTAMENTE. Del otro lado. Yo apenas podía ahora oír tu voz.


EN MIS OJOS se agolpa repentina la luz. Como si tú, de pronto, volvieras a la vida.


SABÍAS que sólo al fin sabía yo tu nombre. No el que te perteneciera, sino el otro nombre, el más secreto, aquél al que aún pertenecías tú.


EN EL ESPEJO se borró tu imagen. No te veía cuando me miraba.


YO CREÍA QUE SABÍA un nombre tuyo para hacerte venir. No sé o no lo encuentro. Soy yo quien está muerto y ha olvidado, me digo, tu secreto.


ME PARECÍA AHORA como si quedase en suspenso el amor. Y no era eso. Tan sólo tú no volverías nunca.


NI LA PALABRA ni el silencio. Nada pudo servirme para que tú vinieras.


CUERPO DE un desconocido. Levantamiento de tu cuerpo en el atardecer anónimo. Ya no quedaba en ti señal alguna que te hiciera nuestro.


Y TU ¿de qué lado de mi alma estabas, alma, que no me socorrías?

Muerte en el olvido, Ángel González



Yo sé que existo

porque tú me imaginas.

Soy alto porque tu me crees

alto, y limpio porque tú me miras

con buenos ojos,

con mirada limpia.

Tu pensamiento me hace

inteligente, y en tu sencilla

ternura, yo soy también sencillo

y bondadoso.

Pero si tú me olvidas

quedaré muerto sin que nadie

lo sepa. Verán viva

mi carne, pero será otro hombre

-oscuro, torpe, malo- el que la habita...

Julio Cortázar



Me diste la intemperie,
la leve sombra de tu mano
pasando por mi cara.
Me diste el frío, la distancia,
el amargo café de medianoche
entre mesas vacías.

Siempre empezó a llover
en la mitad de la película,
la flor que te llevé tenía
una araña esperando entre los pétalos.

Creo que lo sabías
y que favoreciste la desgracia.
Siempre olvidé el paraguas
antes de ir a buscarte,
el restaurante estaba lleno
y voceaban la guerra en las esquinas.

Fui una letra de tango
para tu indiferente melodía.

De "Fuegos", Margaritte Yourcenar



Amar con los ojos cerrados es amar como un ciego. Amar con los ojos abiertos tal vez sea amar como un loco: es aceptarlo todo apasionadamente. Yo te amo como una loca.

Jacquès Dupin


Escribir sin punto de anclaje, sin punto de mira, riesgo absoluto, espacio abierto.... precipicio de la lengua, laconismo de funámbulo,-- y el titineo de la muerte que se acopla a la escritura, que se enreda con ella.
Escribir apartándose de los especular, del simulacro. de la deflagración. del deslizamento... alrededor de los ojos, en el fondo mismo del ojo, fuera del alcance de la mirada... escribir siendo la travesía del soplo, la imposible travesía... siendo lo imposible.
Un viejo argelino perdido, analfabeto, perdido entre los pasillods del metro République, un papel arrugado entre sus manos... lo único que pide: leer, haber leído, haber escrito. Leer para él, liberar las palabras, liberarle del desconocimiento de las palabras,-- y traducir en gesto, quizas para su supervivencia, la barrera, el hermetismo de toda escritura.

Las causas, Jorge Luis Bórges




Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta de Adán.
El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innumeras del Ganges.
Chang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del caleidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.

Se precisaron todas esas cosas
Para que nuestras manos se encontraran.

Jura, Kavafis



Jura una y otra vez que rehará su vida.
Más al llegar la noche y sus consejos,
con sus promesas y sus ofrecimientos;
al llegar la noche con el poder
del cuerpo que desea y exige, al mismo
fatal placer, perdido, se dirige de nuevo.

Ariwara no Narihira



Aquella luna 
de aquella primavera
no es ésta ni es 
la misma primavera.
Sólo yo soy el mismo.

José Ángel Valente



Porque es nuestro el exilio

                                               no el reino.

De "El guardador de rebaños", de Alberto Caeiro, es decir, de Fernando Pessoa




Mi mirar es nítido como un girasol
tengo la costumbre de andar por los caminos
mirando a derecha y a izquierda,
y de vez en cuando para atrás...
Y lo que veo a cada momento
es aquello que nunca antes había visto,
y me doy cuenta muy bien...
Sé tener el asombro esencial
que tiene un niño, si, al nacer,
repara de veras en su nacimiento...
Me siento nacido a cada momento
para la eterna novedad del mundo...
Creo en el mundo como en una margarita,
porque lo veo. Pero no pienso en él
porque pensar es no comprender...
El mundo no se hizo para que lo pensáramos
(pensar es estar enfermo de los ojos)
sino para mirarnos en él y estar de acuerdo...
No tengo filosofía: tengo sentidos...
Si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que ella es,
sino porque la amo, y la amo por eso,
porque quien ama nunca sabe lo que ama
ni sabe por qué ama, ni lo que es amar...
Amar es la inocencia eterna,
y la única inocencia es no pensar...

De "Fuegos", Margaritte Yourcenar





¿A dónde huir? Tú llenas el mundo. No puedo huir más que en ti.


No hay nada más sucio que el amor propio.




He hallado el verdadero sentido de las metáforas de los poetas. Me despierto cada noche envuelta en el incendio de mi propia sangre.




Se dice: loco de alegría. También podría decirse: cuerdo de dolor.




Dejar de ser amada es convertirse en invisible. Tú ya no te das cuenta de que poseo un cuerpo.

Vallana


La belleza no está
en lo que dicen las palabras
sino en lo que, sin decirlo, dicen:
no desnudos sino a través del velo
son deseables los senos.

Primera cita, Kalidasa

El deseo la empuja hacia el encuentro,
la retiene el recelo; entre contrarios,
estandarte de seda, quieta, ondea
y se pliega y despliega contra el viento.

Saygo



Si yo no creo
que lo real sea
real,
¿cómo creer?
que son sueño los sueños?

Antología Kokinshu, S. X



¿El mundo
siempre fue así
o ahora
se ha vuelto
sólo por mí tan triste?

Anónimo japonés



Aquella luna
de aquella primavera
no es ésta ni es
la misma primavera.
Sólo yo soy el mismo.

Dedicatoria de Entre héroes y tumbas, Ernesto Sábato



Dedico esta novela a la mujer que más tenazmente me alentó en los momentos de descreimiento, que son los más. Sin ella, nunca habría tenido fuerzas para llevarla a cabo. Y aunque habría merecido algo mejor, aún así, con todas sus imperfecciones, a ella le pertenece.

José Ángel Valente



AGUARDÁBAMOS la palabra. Y no llegó. No se dijo a sí misma. Estaba allí y aquí aún muda, grávida. Ahora no sabemos si la palabra es nosotros o éramos nosotros la palabra. Mas ni ella ni nosotros fuimos proferidos. Nada ni nadie en esta hora adviene, pues la soledad es la sola estancia del estar. Y nosotros aguardamos la palabra.

La moda, José Emilio Pacheco



La moda pasa de moda.
La desnudez sigue intacta 

como al principio del mundo.

De Libro de las evidencias, Edmond Jabès

"Conoces el nombre que te dieron, no conoces el nombre que tienes" 

Séneca

Algunos no viven, sino que están siempre a la espera de vivir: todo la aplazan.


Tampoco creas que alguien haya vivido mucho porque tenga canas o arrugas: no ha vivido mucho, sino que ha durado mucho.

A menudo, un viejo cargado de años no tiene otro argumento con que pruebe haber vivido mucho tiempo que el de decir su edad.

Elvira de Alvear, Jorge Luis Borges


Todas las cosas tuvo y lentamante
Todas la abandonaron, La hemos visto
Armada de belleza. La mañana
Y el arduo mediodía le mostraron,
Desde su cumbre, los hermosos reinos
De la tierra. La tarde fue borrándolos.

El favor de los astros (la infinita
Y ubicua red de causas) le había dado
La fortuna, que anula las distancias
Como el tapiz del árabe, y confunde
Deseo y posesión, y el don del verso,
Que tranforma las penas verdaderas
En una música, un rumor y un símbolo,
Y el fervor, y en la sangre la batalla
De Ituzaingó y el peso de laureles,
Y el goce de perderse en el errante
Río del tiempo (río y laberinto)
Y en los lentos colores de las tardes.

Todas las cosas la dejaron, menos
Una. La generosa cortesía
La acompañó hasta el fin de su jornada,
Más allá del delirio y del eclipse,
De un modo casi angélico. De Elvira
Lo primero que vi, hace tantos años,
Fue la sonrisa y es también lo último.