martes, 2 de abril de 2013

Fragmentos de "Ese maldito yo", Emil Cioran


Tras las VARIACIONES GOLDBERG -- música "super-esencial", para emplear la jerga mística-- cerramos los ojos abandonándonos al eco que han suscitado en nosotros. Ya nada existe, salvo una plenitud sin contenido que es la única manera de rozar lo Supremo.

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Hubiera podido expresar todo lo que me atromenta si el oprobio de no ser músico me hubiera sido evitado.

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Esas noches en las que estamos persuadidos de que todo el mundo ha evacuado el universo, incluidos los muertos, y que somos nosotros el único ser vivo en él, el único fantasma.

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Parecerse a un corredor que se detiene en plena carrera para intentar comprender qué sentido tiene correr. Meditar es un signo de sofoco.

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Esos instantes en los que basta un recuerdo o menos aún para deslizarse fuera del mundo.

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Pienso en C., para quien beber café era la única razón de existir. Un día que le hablaba de los méritos del budismo, me respondió: "el nirvana, de acuerdo, pero con café".
Todos tenemos alguna manía que nos impide aceptar incondicionalmente la dicha suprema.

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Se ha comparado el nirvana con un espejo que no reflejaría ningún objeto. Es decir, con un espejo puro para siempre, para siempre deshabitado.

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No sé qué sed diabólica me impide romper mi pacto con mi aliento.

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Solo, cara a cara, con las noches y con las palabras.

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Cambiar de idioma, para un escritor, es como escribir una carta de amor con un diccionario.

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Quisiera olvidarlo todo y despertarme frente a la luz anterior a los instantes.

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